URUGUAY – FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LA GUARDIA
El Señor es muy generoso con nosotros, y si estamos atentos, Él se deja ver. Así sucedió el jueves 29 de agosto, celebrando la fiesta de Nuestra Señora de la Guardia. Luego de la Santa Misa, presidida por el cardenal Daniel Sturla, siempre cercano a la familia de Don Orione, varias personas se acercaron al cardenal para saludarlo, otros para decirle algunas palabras y algunos simplemente para sacarse una foto de recuerdo. Es así que improvisadamente, tuve que hacer las veces de fotógrafo con los celulares de mis hermanas que me lo requerían. Pasaban los minutos, el cardenal muy amable con todos, iba ganando terreno y acercándose poco a poco a la salida, sin dejar de atender a nadie. Y mis ojos repararon en un anciano muy flaco y alto, de pelo blanco y barba corta, también blanca. A mis hermanas les llamó la atención el parecido físico con Guillermo, un hermano orionita de nuestra parroquia de La Floresta, que falleciera hace algunos meses y que siempre acompañaba en todos los eventos de la familia de nuestro Santo. A mí, me llamó la atención el gesto de inmensa humildad de ese hombre, que seguía al cardenal de lejos, con el gorro entre sus manos y la mirada baja. Parecía un niño respetuoso que espera a que su padre termine de hablar con los mayores para acercarse a él. Y cada vez que parecía llegarle el turno, alguien más se acercaba para una nueva foto. Cuando finalmente luego de varios minutos percibí que ya era el momento de que el cardenal se allanara paso definitivo hacia la puerta, y el hombre resignado, sin querer importunarlo no se acercaba, decidí tomar la iniciativa. Me acerqué a él y le pregunté si lo podía ayudar en algo. Con una voz muy tenue me dijo que quería hablar con el cardenal. Rápidamente me aproximé a Sturla y le dije sin vacilar: -el señor lo quiere saludar. Con un gesto de alivio pudo hablar unas palabras con el cardenal, y a pesar de yo estaba muy cerca, no pude oírlas. Al terminar agachó su cabeza y el hombre de Dios le signó la frente con la señal de la cruz. Tras ello, el cardenal se despidió y salió del templo saludando. El hombre quedó ahí, en la entrada del templo, dejando pasar a todos. No pude resistirme y quise ir a abrazarlo, sabiendo que en él abrazaba en ese momento al mismo Señor. Pero al llegar a su lado atiné a darle un beso y darle unos golpecitos en la espalda. Y él me regaló una mirada llena de ternura en la que sin decir nada, me decía “gracias”. Nos fuimos acercando al lugar en donde el Padre Julio nos recibió como habitualmente lo hace, con una rica cazuela, hasta que entreverado entre tanta gente, lo perdí de vista. El Señor es muy generoso con nosotros, y si estamos atentos, se deja ver en nuestros hermanos más pequeños.
¡Ave María y adelante!
MLO Uruguay